miércoles, 23 de abril de 2008

Camino a otro lugar

Cuando cumplimos años suele haber gente-familiares, amigos-que se solazan felicitándonos por la efeméride. Te mandan un mensaje, te espetan el típico "felicidades" o se las arreglan para tirarte amargamente de las orejas sonriendo cínicamente. También los hay que-materialistas ellos-te sorprenden con una camiseta, un abalorio o cualquier otro objeto a los que te apuraras conscientemente de mostrar tu interés días atrás. Sin embargo, creo humildemente que así que se cumplen los veinte años el espéctaculo anual se vuelve algo así como anacrónico: parece como que hubiéramos echado el ancla en los felices años de la infancia. Una vez que asomas la cabeza por encima de la veintena sólo te queda seguir lo de "vive de tus padres mientras no puedas vivir de tus hijos" o ponerte las pilas y ganarte un sueldo digno con el sudor de tu frente. Lo primero es bastante difícil, no por los padres, sino por los hijos, que no creo que sean más trabajadores que los de mi generación y estén dispuestos a tirar de sus progenitores. Eso es un sueño. Por lo tanto, lo que nos queda es hincar los codos y sacar algo de provecho de ello, tanto más difícil, o ponernos ya directamente a trabajar en lo que salga. En fin, que tanto rodeo para acabar diciendo que lo de celebrar los cumpleaños es más bien una complacencia de aquellos que te felicitan, que piensan para sí "jódete cabrón que los años pasan para todos".

1 comentario:

José Porto dijo...

Más, mucho más, se "se joden" o, "se han jodido" aquellos para quienes los años DEJAN DE PASAR.