Columna obra de Sergio Algora en el suplemento Muévete del Heraldo de Aragón. Sergio Algora fue escritor y líder de la banda "La Costa Brava" y fundador del grupo "El niño gusano".
Cuando mi madre fue ingresada en el hospital para ser operada de la columna vertebral mi padre me pasó a su cama. Yo tenía seis años y tenía miedo. Pensaba que la ausencia de mi madre iba a ser definitiva y la casa sin ella se hacía gigantesca y desconocida. Mi padre pasaba toda la mañana en el trabajo y la tarde en el hospital. De su asunto en el quirófano mi madre tendía a pensar lo peor: silla de ruedas, muerte, infierno clásico y otras variantes nada esperanzadoras. Mi padre aguantaba el tirón con ella; y así es el matrimonio, amigos. (Conectar para más información sobre este tema con www.hastaquelamuerteosepare.org) Por la noche padre volvía a casa y tras la cena llegaba el momento más emocionante: a dormir y a escuchar sus cuentos: concretamente dos: “La batalla de la consagración” y “Por qué no hablan los perros”. El primero me parece reiterativo y demasiado sangriento. Pero lo contaré en otra ocasión para que veáis como mi padre unió a Tarantino y a San Marcos sin despeinarse. El segundo cuento y motivo del título de esta columna (mi madre estuvo un mes en el hospital y durante ese tiempo mi padre no me contó otras historias que no fueran esas) se refería a la mudez de los perros. Según él, Jesús reunió a todos los perros del mundo en un valle (¡toma milagro!) y se subió a un pequeño cerro. El motivo del Dog Festival era agradecer tantos años de servicio perruno. En recompensa Jesús les prometió concederles el habla ese mismo día a todos ellos y a las generaciones venideras (pensad que en ese momento se puso del lado de los perros, las perras, y por extensión, de los hijos de perra) y así estaba en actitud milagrera de hacerlo: -yo, Jesús de Nazaret os concedo el don de la palabra, bla, bla, bla, cuando un perro se bufó. Soltó un pedo. Se sintió indispuesto, vamos: hizo una perrería. Y Jesús se enfadó ante tal falta de respeto. También es posible que el Mesías viniera al mundo para salvar a los hombres y no a los perros y de ahí su mosqueo. Pero esta hipótesis es mía. Según mi padre, Jesús decidió no darles el habla hasta que no descubrieran quién había soltado el gas mostaza. Y desde entonces y hasta día de hoy, cuando dos perros se encuentran se huelen el culo.
miércoles, 9 de julio de 2008
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