Hace ahora tres semanas Watson había entrado en el 221B de Baker Street para comunicarle a su amigo que se marchaba a una isla samoana con su mujer para hacer más llevadera la molesta herida que arrastraba del Afganistán. Holmes había abrazado de corazón a su único compañero de fatigas, con los ojos vidriosos, conociendo que hasta ahí había llegado: Watson era para él como Julio Cortázar para la Maga.

No hay comentarios:
Publicar un comentario